Desde pequeña odié que me llamaran la atención. Que los demás me dijeran que había hecho algo mal, ufff, yo necesitaba demostrar que era buena niña, que se sintieran orgullosos de mí.

Eso me llevó a intentar que siempre todos estuvieran bien conmigo. Daba igual si yo pensaba diferente o si algo no me gustaba, prefería que los demás estuvieran cómodos y todo empezó a «darme igual».

Y así acabé en una relación en la que sentía que lo que yo pensara no importaba, y que mi voz y mis emociones, tampoco. Cuando me fui, no recordaba quién era. Había dejado de ser yo y me había convertido en una zombie.

A los 3 años de dejarlo, descubrí el Diseño Humano y lo que más me impactó fue ver que todas mis m*erdas en aquel gráfico. Fue un “wow” detrás de otro.

Estaba TODO: Mi necesidad de aprobación externa, mi miedo a cómo pudieran reaccionar los demás, mi incapacidad para soltar lo que me hace daño aunque sepa que me está haciendo daño… 

Por fin (me) entendía. Por fin lo veía claro. Yo no era tonta, ni mala, ni estaba rota, ni nada por el estilo. Estaba viviendo la vida desde el «lugar» erróneo. Me estaba viendo a través del condicionamiento. Estaba viviendo desde mi Yo distorsionado, no desde mi Yo real.

Y ahí desperté.

Hoy puedo decir que lo he utilizado para detectar la raíz de los dramas que tanto daño me hacían, para cambiar la forma en la que me percibo a mí misma y aceptarme y amarme como soy, para conocer mejor a los que me rodean, ayudarme en la crianza de mi hijo, a establecer una relación sanísima con mi marido y mi familia y cambiar mi vida por completo.